César y su campeón confían en su victoria, hasta que el campeón rival deja caer su escudo para revelar no al envenenado Espartaco sino al guerrero galo. Casio y Bruto están satisfechos, pero el emperador no puede hacer nada, ya que el galo aprovecha la grandilocuencia de su campeón para ponerle un cuchillo en la garganta. Aunque César debe seguir la voluntad de la multitud y dar el visto bueno, el galo se niega a matar por el emperador. ¡Humillado, César hace encerrar a ambos campeones en una celda! A Brutus se le niega la entrada, pero el guardia (está más que abierto a la seducción del senador. Los romanos devoran con avidez las espadas de los demás, turnándose para realizar un polvo democrático. Una vez que el guardia está satisfecho, Brutus pone en marcha el siguiente paso de su plan…
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